Siempre he pensado que un profesor tiene que estar luchando por el alumno en la pizarra, no en ningún otro sitio. No en reuniones interminables, no en papeleos innecesarios, sino en el aula, donde realmente se construye el aprendizaje. Y en mi caso, la batalla ocurre en las ciencias, donde ecuaciones, fórmulas y problemas abstractos pueden parecer insalvables si no hay alguien dispuesto a explicarlos con paciencia y dedicación.
El Desafío de Enseñar Ciencias
Cada vez que entro en clase, sé que me enfrentaré a un nuevo reto. Las matemáticas, la física, la química o la biología no son asignaturas fáciles para muchos alumnos. Algunos llegan con miedo, con la idea de que “las ciencias no son lo suyo”. Y ahí es donde empieza mi labor: demostrarles que pueden entenderlas, que pueden dominar esos conceptos que ahora les parecen imposibles.
Me paro frente a la pizarra, tiza en mano, y empiezo a descomponer lo complejo en partes más simples. Sé que algunos entenderán rápido, mientras que otros necesitarán más tiempo. Pero no importa cuántas veces tenga que explicarlo; lo haré hasta que cada uno de ellos lo comprenda.
Cuando la Pizarra se Vuelve un Campo de Batalla
A menudo veo la frustración en sus rostros. “No entiendo”, “esto es demasiado difícil”, “yo no sirvo para esto”. Pero no permito que se rindan. Si una ecuación parece un muro infranqueable, busco otro enfoque. Si una fórmula química les resulta abstracta, la relaciono con su vida cotidiana. Si un problema de física los abruma, lo desgloso paso a paso hasta que tenga sentido.
No siempre es fácil. Hay días en los que incluso yo dudo si lograré que alguien supere su bloqueo. Pero sé que mi trabajo es insistir, cambiar de estrategia y, sobre todo, hacerles ver que el esfuerzo vale la pena.
El Momento en que Todo Hace Click
Lo más gratificante de mi trabajo es ver ese instante en el que un alumno, después de muchos intentos, finalmente lo entiende. Veo cómo se le ilumina el rostro, cómo suelta un “¡ahora sí lo veo!” con entusiasmo. Ese es el verdadero éxito de un profesor, más allá de calificaciones o exámenes aprobados. Es saber que he logrado abrir una puerta en su mente, que he transformado la frustración en confianza.
Porque enseñar ciencias no es solo escribir números y teorías en la pizarra. Es demostrar que cualquier problema, por complicado que parezca, puede resolverse con paciencia y esfuerzo. Es luchar, junto a mis alumnos, contra la idea de que la ciencia es solo para unos pocos. Es enseñarles que el conocimiento está ahí para ellos, esperando a ser comprendido.
Por eso, en Academia Álvaro Mota, hago de cada clase una batalla ganada contra la duda y el miedo. Cada día me enfrento a ecuaciones, dudas y bloqueos con la certeza de que cualquier alumno puede aprender si se le enseña de la manera adecuada. Porque aquí, en mi pizarra, cada “no entiendo” es solo el primer paso hacia la comprensión